Los Guardianes Eléctricos del Orden: Una Distopía en el Asfalto

La tecnológica que alguna vez prometió emancipar a la humanidad se ha transformado en una historia de vigilancia y control. Los autos eléctricos, diseñados inicialmente como soluciones sostenibles para un mundo en crisis climática, se han convertido en los nuevos centinelas del estado. En esta realidad, cada vehículo eléctrico no solo transporta a sus pasajeros, sino que también sirve como un vigilante omnipresente, registrando cada movimiento, cada emoción y cada infracción de la ley.

El sistema de vigilancia comienza como una medida de seguridad. Cámaras dentro de los autos, disimuladas en los paneles de control y retrovisores, analizan continuamente las expresiones faciales del conductor. Mediante algoritmos avanzados de reconocimiento facial, estas cámaras son capaces de detectar signos de estrés, fatiga, ira y otras emociones que pudieran comprometer la seguridad vial. Si el sistema detecta somnolencia, emite una alerta sonora y visual, obligando al conductor a detenerse y descansar. Sin embargo, esta función de seguridad es solo la punta del iceberg en un complejo sistema de coacción.

Sensores integrados en el volante y los asientos miden la frecuencia cardíaca, la temperatura corporal y otros parámetros vitales. Este monitoreo constante se justificaba bajo la premisa de prevenir emergencias médicas al volante. Si el conductor no tiene ambas manos sobre el volante durante más de unos segundos, el auto emite una señal de advertencia. En casos de emergencia, el vehículo podía detenerse automáticamente y contactar a los servicios de ayuda o de la policía.

Estas medidas, inicialmente vistas como innovaciones en seguridad, ocultan un propósito más siniestro. Los autos eléctricos se han convertido en herramientas de represión social. Las autoridades pueden apagar cualquier vehículo de manera remota, ejerciendo un poder absoluto sobre la población. Si un ciudadano acumulaba infracciones de tráfico o multas, su vehículo simplemente no arrancaba, dejándolo a merced de un sistema implacable.

Si el concepto de las “áreas de 15 minutos” es adoptado oficialmente para reducir la huella de carbono y promover comunidades más conectadas, algunas de estas zonas estarán restringidas en un radio de quince minutos desde los  hogares, limitando el movimiento de los ciudadanos bajo el pretexto de sostenibilidad. En realidad, estas áreas son jaulas invisibles que confinaban a las personas, restringiendo su libertad y fomentando la dependencia del sistema. Los vehículos están programados para desactivarse si intentaban salir de estas áreas sin autorización previa.

Además de vigilar el estado emocional y físico del conductor, los autos eléctricos registran conversaciones y comportamientos, reportando cualquier actividad considerada subversiva. La privacidad puede llegar a ser un concepto arcaico en la sociedad. Las cámaras internas no solo observan, sino que también escuchan, detectando conversaciones que pudieran sugerir disidencia.

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El sistema justifica estas medidas draconianas en nombre del orden y la seguridad. La disidencia se puede aplastar antes de que pueda germinar, ya que la población vive ya en un estado de constante de vigilancia. 

La libertad, que una vez fue un derecho fundamental, se puede convertir en una sombra del pasado.

Anexo

La Huella de Carbono de las Baterías de Vehículos Eléctricos

Los vehículos eléctricos (VE) han emergido como una solución prometedora para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y combatir el cambio climático. Sin embargo, la producción y el uso de sus baterías de iones de litio tienen una huella de carbono significativa que merece un análisis detallado.

 

Producción de Baterías: Extracción de Materiales y Fabricación

La producción de baterías de iones de litio comienza con la extracción de materias primas como litio, cobalto, níquel y grafito. Este proceso es intensivo en energía y conlleva una considerable emisión de CO2. La minería y el procesamiento de estos materiales no solo afectan la huella de carbono, sino que también tienen impactos ambientales y sociales.

 

Una vez extraídos, los materiales se procesan y ensamblan en celdas de batería, que luego se agrupan en paquetes de baterías. Este proceso de fabricación es también energéticamente intensivo, y la fuente de energía utilizada en las fábricas juega un papel crucial. Se estima que la producción de una batería de iones de litio de 1 kWh puede emitir entre 56 y 494 kg de CO2e (equivalentes de dióxido de carbono), con un promedio aproximado de 150-200 kg de CO2e/kWh.

 

Uso de Baterías: Energía para Cargar y Eficiencia del Vehículo

Una vez en funcionamiento, la huella de carbono de un VE depende en gran medida de la fuente de electricidad utilizada para cargarlo. En países donde la electricidad proviene principalmente de fuentes renovables, la huella de carbono es considerablemente menor. Por el contrario, en regiones donde se depende en gran medida de combustibles fósiles, las emisiones de CO2e pueden ser más altas.

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